Cuentan que un indio de apellido Palomino, que vivía por
el lado de Cruz Loma, distante hacia el lado oriental de la población por
aproximadamente un kilómetro; el mencionado indígena era sumamente veterano,
quien dizque describía lo siguiente: unos días antes de acontecer el terremoto,
los chimbeños estaban de fiestas. A eso de las tres de la tarde de cierto día a
poco más o menos, vieron asomar de no sé dónde por los aires, una enorme águila
negra que volaba por sobre el cielo de la población, se dirigió hacia el cerro
Susanga sobre cuyo espeso y cerrado bosque posó en la cumbre de modo visible.
En la población se originó una agitación, especialmente de la juventud, que
curiosos ante la presencia de un ave extraña por su especie y tamaño, trataron
de cogerla.
Muchos jóvenes reunidos en la Plaza Principal, portando
armas de fuego, tomaron la calle Real y se lanzaron hacia la cúspide del
Susanga en donde cazaron al ave. Regresando a la ciudad, con el ave que aún
estaba viva, le abrieron las alas en cruz y la pusieron en alto sobre un
madero; luego, la paseaban por las calles y plazas entre voces de sobresalto no
menos que de enardecida valentía. Ciertas gentes miraban el suceso como extraño
y en sus conversas suponían algo como signo de mal presagio.
El indio, entre
llantos y lágrimas, dice que narraba: la tierra empezó a temblar y ocurrió el
fatídico terremoto, lo funesto y horroroso que quedó el suelo causaba pavor. De
la ciudad decía que no había quedado ni siquiera una brizna que diera muestra
de su existencia, levantándose sobre ella, tan solo capas o desiguales montones
de lodo y tierra revuelta con árboles voluminosos que cerraban todos los pasos
y caminos, como para no dar entrada a nadie. El indio pide amparo al cielo de
sus culpas y de las culpas de los chimbeños, hubo de plantar una cruz en la
loma (en este lugar hasta hace poco existió una capilla).
